
Esto es una confesión: he cometido algunas certezas. Varios anatemas aspirantes de verdades insólitas e inéditas han poblado estas pobres páginas. Hemos de confesar nuestra culpabilidad, pero se aceptan perdones. Pomposamente hemos anunciado que nada de lo humano sirve para detener el horror de ser humano, pero lo que hemos querido decir es que ni siquiera decir eso sirve para nada. No quise exagerar el dolor, no somos cantores de la muerte, ni nos ejercitamos en la Metafísica. Siguiendo modas modernas, me he enrolado en una doctrina herética, la de los fanáticos de la duda. Creo que algunos la siguen con risitas turbias para cumplir sus deseos de escupir hacia las hostias, otros para suplir con tranquilidad su profunda culpa, y otros por el iluminado camino de la recta verdad que creen que aporta; hay muchísimos, tantos que son indistinguibles. Yo, con horror he ido sintiendo una soledad en las calles de tierra de mi pueblo; una soledad en medio de una multitud de semejantes, o que yo consideraba mis semejantes. Desde allí dudé, y el desamparo y el dolor me habitaron. Mi falta fue atribuirle a todos mi propia desazón. Hoy creo que el presente y el dolor son únicos e irrepetibles, individuales, y que la muerte es el ave negra que nos ronda (a todos) en nuestras noches cubriéndolas, y que nunca la llegamos a ver. La realidad o la verdad son órdenes tranquilizadores como copas de agua en la sed, pero son sólo versiones o sorbitos de un agua desconocida. Creo que no hay realidad última más palpable, que la carne que pueden arrancar nuestras uñas y que al fin es la nuestra. Mi fe está en las palabras, porque allí se anidan las semejanzas que son difusos dibujos de cosas que no todos podemos ver, y que algunos ven diferente. Por las palabras podemos trasmitir enfermedades como el dolor o la desesperación, pero también llorar. Por ellas te puedo escuchar aunque no te entienda totalmente. Pero sólo es una fe, mi fe, que no calmará las lágrimas de tu dolor, ni mi desesperación por verte llorar. Se siente el horror y el dolor, pero es particular y único cada vez. El sufrimiento es una mera circunstancia, hay otros cuya peor desdicha no se nos publica o no se nos informa, y sólo queda de ellos un lamento lejano y difuso en una pieza a oscuras. A todos puede parecernos que el presente tiene un peso específico más fuerte, que las demás formas del tiempo. El futuro no existe porque es lo que todavía no ha sucedido. El pasado es lo que ya sucedió, por lo que no existe. El presente no es divisible porque tendría una parte de futuro y una de pasado, ni es indivisible porque no se ligaría al futuro o al pasado. Por lo que el presente no existiría. Aunque sólo en el presente siento este malestar que me carcome sólo a mí. ¿Es que nunca podremos entender el dolor de nuestros hermanos?. Somos arrojados como cascotes al mundo, somos individuos, meros invitados a comer bazofia, especies únicas e irrepetibles. Quizás haya que pensar que no hay verdades, y que sólo hay conjeturas, órdenes que intentan abarcar multiplicidades caóticas que dejan afuera varias comparsas de desdichados. Quizás sólo haya este presente que se va continuamente. Quizás sólo estoy yo en este presente, y ni siquiera sé mi nombre verdadero o venidero.
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