A menos de cien metros está pasando un ángel,
a nadie va mirando y nadie en él repara;
de no atravesar los objetos debido a su estado divino
con todo elemento tropezaría pues nada esquiva en su senda.
Al pasar cercano a mi presencia, noto en sus ojos,
no la sagrada paz del alma santa sino la furia irreversible
que en el aire de los infiernos se respira; con los puños
rígidos y el mentón altivo, este ángel extraño, camina.
El sol ensombrecido como el amarillo viejo de una página
entre nubes se repara de no mirar al Caído que sin
arpa y a toda prisa atravesando gentes avanza.
De pronto con violencia toma la cabellera de una transeúnte;
al darla vuelta la mujer aterrada llora y suplica
pero el ángel degollándola le dice “¡vendrás conmigo al Infierno!”.
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