lunes, junio 13, 2005

El viejo y los angelitos-Matías R. Esteban



Cada vez que los ángeles bajan a la ciudad van a la casa del viejo Gustav. Él siempre tiene para ellos fruta fresca, alguna flor, o una vela, a veces caramelos o dulces, y siempre tiene unos versos o alguna historia para contarles. Una vez allí, ellos van cerca de las ofrendas, casi llegan a tocarlas, por momentos parecen olerlas, pero nunca hacen nada. Gustav tira todo, recién cuando el pútrido olor de las cosas, inunda su humilde casa. Arroja todo en una hoguera que hace en su patio, y que luego apaga con agua de lluvia.
El viejo Gustav arrastra sus pequeños pies hasta el límite de su puerta, desde donde los ve venir, luego les abre para dejar que ellos anden su libertad por su pobre morada. Al rato les habla con su voz liviana, y parece que su barba rala se pone de una blancura más anciana. Su repertorio es muy amplio, les cuenta de ciudades que se hunden, y que luego salen un solo día al año. También la historia del hombre, a quien falsamente le atribuyen una aventura cargada de épica y de valor sobrehumano, quien luego se oculta en su casa para que no vean su rostro falso. Les contó la historia del rey triste que piensa. Unos versos de uno de sus poemas decía:
...tu Nombre da esplendor a una carne
en el simple castigo de varas lejanas
o de músicas ardientes como mares
que bailan su tristeza en una alegre cama... También les repite la historia del hombre y la mujer que se visitan asiduamente pero que nunca logran nombrarse, ni conocerse. Ellos nunca le hablarán, ni lo escucharán jamás. Cuando Gustav habla, algunos se entretienen viendo sus huesudas manos sobre el bastón (que de a ratos tiembla), otros notan nuevos rasgos, nuevos detalles en su rostro, algún nuevo pelo de su nariz o de su áspera oreja, o quizás les sorprende el rostro, algún nuevo pelo de su nariz o de su áspera oreja, o quizás les sorprende el cigarrillo, que a veces fuma el anciano. En sus caras no hay sorpresa, ni gusto, ni alegría, ni emoción alguna. Sus rostros de cera brillante y lampiña no transmiten nada, son como dibujos de gordos serios, fofos, cachetones con el pelo revuelto.
Se quedan en la casa hasta que el viejo termina de hablar, luego se van. Ellos parecen escuchar, pero no se puede asegurar que lo hagan. Sus rostros están detenidos o flotando. Al detenerse la narración salen raudamente. Desde la puerta del viejo Gustav, los ángeles salen a cumplir sus misiones. ¿En esos relatos o en su poesía se encuentran las misiones qué deben cumplir los ángeles?.

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