
Aquí estamos, en las vísperas de algo malo, pues lo que se viene es algo horrible, monstruoso. Amigos no sé que es, pero creo que es lo peor: el descubrimiento de que nada tiene solución, pues lo más humano es la muerte, y ante ella nada sirve. Ante esa idea necrosante en nuestra mente, nada vale nada, entonces: ¿para qué el arte? O ¿para qué el amor? O ¿para qué lo bello? Por que en definitiva el mundo, y este hombre moderno,(aquí no se mencionará “capitalismo” o “economías neoliberales-imperialistas-oligarcas”), engendra pobres gentes como muñecos fofos y sin alma, desnutridos de dulzuras, para que engendren a otros estúpidos empobrecidos y con los mocos chorreantes que lustrarán las mugres de amos vanidosos y sin seso también. Por esto el arte y la belleza son conceptos fallecederos, vanos ante la falta de comida de un solo hombre. Una oración que quizás es hermosa, no es un plato de comida en el dulce yantar de una pobre alma. Esta idea nos duele, muchas hermosa páginas nos gritan sus reproches, pero es lo que pensamos ante una mirada perdida en la desesperación del ruido de sus tripas. En este mundo injusto la poesía no sirve, pero así como el hombre es lobo del hombre, y a sido su propio dañador, los artificios que ha creado le han dado alivio a sus cuitas. Muchas cosas que ha hecho fueron con la intención de curar sus daños, y así el licántropo del hombre ha provocado la Divina Comedia o Crimen y castigo (o una divina comedia del crimen y el castigo) para que muchos inválidos podamos sentir la belleza. El arte como la ciencia, son malditos productos de entes malditos, así la belleza artística no sirve pues nace de manos ennegrecidas por la sangre fraticida. Pero se debe a que nada de lo humano sirve para detener esa maldad del hombre contra el hombre. Otra muestra es lo moral o lo religioso: en Nuremberg fueron esgrimidos los argumentos del casto Imanuel Kant, y la santa cristiandad dio origen a la Santa Inquisición, y los libertarios luteranos originaron sangrientas revueltas religiosas, y así se puede seguir hasta el cansancio. Hasta allí se puede llegar, hasta el último sótano infernal, y allí en la oscuridad uno puede ver con sudor, apoyado en las paredes de ese pozo de infecciones que lo propio esencial humano es el horror. El horror (como dice el general Kurtz bañado en su sangre, partido por un machetazo), horror que es horror de muerte. Tanto la de nuestros hermanos a quienes matamos como la nuestra, porque en la muerte ajena vemos la propia por la que estamos señalados. Horror que es dolor, que es nada o sólo esperar lo que no se sabe aún, porque si pensamos en la muerte todo pasa más despacio y nada llega, sólo estar en el horror de que nada llega a contestarnos qué cosa es la muerte, o peor qué cosa infame somos.
Y estas son las festivas vísperas que estamos anunciando, aunque otros ya las han anunciado: anunciamos que el arte o la vida no sirven, porque nada de lo humano sirve para detener el horror de ser humano.
Y estas son las festivas vísperas que estamos anunciando, aunque otros ya las han anunciado: anunciamos que el arte o la vida no sirven, porque nada de lo humano sirve para detener el horror de ser humano.
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