sábado, mayo 10, 2008

IIX- Escrito por Máximo Bramajo

Una desnutrida esperanza nos alimenta, muchas veces roemos una esperanza hecha de nuestras propias vanidades, esperamos una certeza que nunca nos llega. Pero la historia nos ha deparado amigos inciertos, filósofos que nos han azotado con sus dictados. Por ejemplo allá por el 1600, René Descartes propuso la duda como método, y llegó a una evidencia (cogito ergo sum) para descubrir a Dios que manipula las sustancias. Luego el obispo Bekeley arguyó que los objetos son hijos de las percepciones, por lo cual el religioso, luego de un arduo tomo, concluyó que el mundo es una mera representación subjetiva. Ambos justificaron a Dios quien no les propuso la construcción de los cimientos de la mansión divina, como tampoco a Hume quien certificó su escepticismo negándolo todo incluso a un sujeto que percibiera. Luego, el lejano Kant habló de una realidad absoluta que nos es incomunicable por caótica, pero que nuestro intelecto organiza según sus reglas, haciendo un mundo acorde a nuestras comodidades. Muchos han elaborado sus creencias con sus palabras, amasando sus pensamientos, y quizás sus secretas desdichas. Como también podemos hacerlo nosotros, podemos oír sus palabras en las nuestras, pero al fin son nuestras... parecería que lo único propio, esencial del hombre son las palabras. Hoy que todas las certezas parecen estar derruidas, y que sólo quedan sus cascotes, es el momento en que más ingenuamente se cree. Hoy la fe humana es mas fuerte que en ningún momento de la historia. Hoy un gil con corbata habla en los televisores con palabras bílblicas y miles somos sus creyentes. Hoy nosotros espectadores creemos, aunque sean certezas momentáneas y mañana las critiquemos. O quizás por esa razón es que la fe es mayor ahora, nace el mismo día de su muerte, para nacer al otro día. Algunos pueden traernos su paz positivista con fe y tranquilidad progresadora difundiendo unos vientecitos suaves de alientos mefíticos, podridos de alineación, y pueden creer en la libertad, en elegir, en el sexo nuevo, en la belleza, y eso está muy bien que lo hagan, mientras no piensen ni una milésima de segundo, pues cada una de esas categorías utilizadas por los hombres en sus pensamientos son baldosas en la larga vereda que lleva hacia Dios. Pero claro, uno puede ir por una calle céntrica amurallada de vidrieras de maniquíes sonrientes y de secas venas, o puede ir por una calle lateral, con perros hechos de ladridos oscuros al fondo insistentes, con hediondos charcos cada tanto algún corral con chanchos que te huelen gruñendo apenas como estómagos. Hay dos caminos o quizás más, no losé, y eso es lo peor, no saber nada...

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