
El guerrero sabe que va a morir, pero igual afila su espada para entrar en lo más tremendo del combate, todo el tiempo sabe que va a morir, y cada chispa que le quema los ojos es el brillo de la sonrisa podrida de Mandinga, y cada caído lo prefigura, y él lo sabe. Esa sangre que mancha sus sucios estandartes es su sangre, pero no teme, porque sabe que va a morir, inevitablemente, y aún cuando pueda salir del lodazal donde sus pies se entierran y seguir luchando con victoria lo hará, pero sobre otros que han muerto como lo hará él en un momento u otro, cuando el filo de una espada cercene su cabeza, o un poco más tarde cuando sea viejo. El paciente guerrero sabe que va a morir, como el sabio paciente, ambos afilan espadas y pensamientos, ambos mueren por esas herramientas sabiendo que van a morir. El guerrero no lucha y ni mata por su espada o por su reino, menos por su amada, sino porque sabe que va a morir, y quiere gloria, quizás porque desea ser valiente, o lo tranquiliza el desprecio de su propia carne. El sabio no piensa por el progreso de las ciencias, ni por el ejercicio mismo, sino por que sabe que va a morir, y el melifluo sabor del entendimiento es el único bálsamo para su pobre alma de ser humano. Ambos son pacientes, y ambos gozan de su condición, y ambos saben que se van a morir, como todos los amos y los desdichados obreros y los esclavos pobres desencantados del mundo que quizás no saben que van a morir. Obreros y esclavos, a ellos les debemos el mundo como un paraíso, pero apenas saben que se van a morir. Ellos sólo hacen, viven para hacer, para concretar las órdenes de nuestros amos, para acarrearles aquellos objetos con los que se masturban hasta el asco. Y los amos nos dan cosas, insólitas migajas de su propia crueldad que se refugia en esas limosnas, cosas de sus catedrales fatales, gimnasios para sus rodillas infames. Nos dan noticias, y mujeres bellas, y largas enunciaciones, peroratas discapacitadas de pensamiento. Los amos van a morir un día, pero sufren cada vez que lo recuerdan, pues tienen esperanzas de vida divina que nadie puede asegurarles. Quizás nunca los obreros podamos derrocar a los amos, quizás ese orden infame sea lo único no perecedero de la condición humana, sólo nos queda hacerlos sufrir con el recuerdo de que todos nos vamos a morir. ¡Pobres nuestros asquerosos amos! No saben que van a morir. Sí, como todos nosotros, pues todos llegaremos a un día que será el día de nuestra muerte, ese día moriremos. En un momento estaremos agitados, vivos, agonizantes, mirando el techo de nuestras vidas, para luego arquear nuestros lomos de dolor hasta que al fin todo se detenga. Y en ese preciso momento comenzará nuestra pudrición, primero lenta y olorosa, lenta, y luego la corrupción más feroz invadirá nuestros cuerpos yacientes y con su ejercito de gusanos nos masticará hasta el polvo final... guerreros, amos, sabios, obreros son símbolos inútiles, fallecederos ante la idea de la muerte...
Y aquella es la única verdad que nos podemos demostrar, pues sabemos que todos moriremos para luego al fin podrirnos como comida al sol, lo que se puede decir del resto, vida anterior o posterior a la muerte, son bellísimas creaciones en las que creemos de manera muy ferviente y con mucho placer, la religión y la literatura son quizás los momentos más sublimes donde se tocan las cuerdas más leves y profundas del alma, cuando se oye en los cielos la mejor música que el hombre puede hacer con las palabras de su muerte; y desde esos momentos creemos con la paciencia de esperar nuestra muerte y la posterior disolución...
Y aquella es la única verdad que nos podemos demostrar, pues sabemos que todos moriremos para luego al fin podrirnos como comida al sol, lo que se puede decir del resto, vida anterior o posterior a la muerte, son bellísimas creaciones en las que creemos de manera muy ferviente y con mucho placer, la religión y la literatura son quizás los momentos más sublimes donde se tocan las cuerdas más leves y profundas del alma, cuando se oye en los cielos la mejor música que el hombre puede hacer con las palabras de su muerte; y desde esos momentos creemos con la paciencia de esperar nuestra muerte y la posterior disolución...
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