miércoles, febrero 16, 2005

I- Escrito por El que ríe en el inframundo


Señoras y Señores: en estas páginas se encontrarán con el anuncio de que la Belleza sirve. No con la valorización de la utilidad, como la que se hace con el trabajo de un obrero o con un tacho de pintura. No. La belleza tiene un fin que es ella misma. Un fin último, que la justifica. Así nos lo han enseñado los grandes hombres. Nuestros maestros vieron ese fin metafísico en la Poesía. De allí que, Cowes y Macedonio, nos digan que la poesía vale por lo que ella es en sí misma. Por esto la Belleza es eterna, y perdura en detrimento de las cosas, que se pudren. En la Poesía y en la Literatura se encarna, se viste con las ideas, como en la Filosofía y en el Cine. Hacer belleza es el fin del Arte. Hacerla con la Idea, para que al fin sirva. El ejercicio del pensamiento, el pensar, es esa búsqueda que realizamos al tomar con manos temblorosas una obra, y al fin gozar entendiéndola. Ese es el fin del Arte: gozar como chanchos, y entender, y al fin, pensar. Entender porque las ideas nos pueblan, bailando en imágenes que sentimos que el poeta sintió, y que por lo tanto son verdaderas. Porque el Arte es verdad, se hace real, verdadero, si representamos lo leído; que además fue escrito desde un hecho real en el alma del poeta. Al fin, el arte es más real que la realidad, porque es doblemente real: desde el poeta que crea con su realidad, al lector que interpreta y participa con su realidad. Todo para que la obra se eleve a una realidad divina. El Arte sirve, porque la Belleza sirve. Ambos nos justifican como seres, nos hacen ser ese pedazo de barro o carne que piensa. El universo puede ser caos, puede no existir... ese es otro problema, el hombre se justifica por su anhelo de belleza.

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