
La humanidad avanza en un solo sentido. La gran obra universal es producto de un genio colectivo. En la repetición halla el hombre su conciencia y su pasado, y la conciencia de pertenecer a él. En el pasado, y sólo en el pasado están los símbolos para comprender el nuevo futuro, que será luego otro pasado. Así presente, futuro y pasado se igualan. El tiempo es sólo una invención del poder, como el taparrabos que impide la exhibición del cuerpo. El tiempo es el más perverso de los factores humanos, el niño que es un nudo de tensiones y perversiones contenidas no adquiere la noción del tiempo sino cuando se le es impuesto por el orden de los adultos. Todo es cuestionable, vive la realidad, ve a la fábrica a trabajar, cómprate los objetos que deseas; pero cuestiónate, siempre cuestiónate. O suicídate para alcanzar el estado puro de la existencia. El mundo es del Mal pues se aparta de toda verdad espiritual, de toda búsqueda de absolutos y de toda conciencia divina. El orden, la ley está en los colores, en los placeres, en los perfumes, en las noches y en los días. La realidad es la irrealidad del todo.
El preso, el condenado, asoma su rostro entre las rejas de una calle lateral y le grita a un hombre que transita por ella: “estás preso y condenado al igual que yo, dichoso de mí que lo sé, miserable tú, que lo ignoras”. El hombre que nada comprende sube a un carro, y se dirige a su casa y se lo cuenta a su mujer. Ella lo mira y en silencio le sirve la comida. El preso no eligió la comida de esa noche, el hombre tampoco. Así como la reja limita la libertad, el tiempo limita la realidad.
Una madre profundamente triste se acerca a la camilla de su hijo que agoniza feliz, luego de sufrir los avatares de una enfermedad terminal. Ella lo mira apenada por la inminente muerte de su hijo, él la mira apenado por la inminente vida de su madre. Abriendo su boca afiebrada, coagulada la risa de sangre, y riendo aún dice: “Madre me das pena, la existencia es una enfermedad terminal. El Hombre siempre estuvo enfermo pero igual se ríe, y yo lo odio por eso, odio mi maldita y pobrísima mente, un demonio de la burla nos anestesia día a día la capacidad de pensamiento y lenguaje. No soy sino una adolescente histérica que aprieta fuertemente sus piernas resistiéndose a perder la virginidad y se marcha a su casa y lastima su sexo masturbándose en las noches”.
Un hombre le dice a su mujer: “quiero un hijo nuestro, hermoso como un ángel, vestirlo y arroparlo en las noches durmiendo entre nosotros. Que crezca sano y fuerte como su padre, para que camine en las calles junto a ti. Nuestra felicidad estará en cambiarle sus pañales, y en esa caca sagrada estará la justificación de nuestra existencia. Pues, amor mío, en qué reside la felicidad del hombre sino en reproducir otros hombres, que fornicando a su vez harán más hombre en serie”. La mujer lo mira pisa su cigarrillo, y abre sus piernas murmurando: “Oh, Humanidad ven a mí”.
En el cuerpo y en su extensión cree el hombre asir la dicha y en ese individualismo, en ese narcisismo de vanagloria hallan los déspotas y los perversos el lecho tibio para violar la libertad de la psiquis, del espíritu y del cuerpo. Maldito lector de mi prosa, sabe que para la Historia tus sueños miserables son tan mínimos como un orgasmo en las noches infinitas, y al igual que toda la riqueza de un imperio. Más no por ello las murallas se desvirgan, más no por ello, cruel hermano mío, dejará tu alma de soñar. La humanidad avanza en un solo sentido, el sinsentido en el cual avanza la arroja a un abismo de desesperanza. Estas son meras palabras, la vida es mera en sí misma y se esmera por ello.¡Vanidad humana, cosmético infernal!
El preso, el condenado, asoma su rostro entre las rejas de una calle lateral y le grita a un hombre que transita por ella: “estás preso y condenado al igual que yo, dichoso de mí que lo sé, miserable tú, que lo ignoras”. El hombre que nada comprende sube a un carro, y se dirige a su casa y se lo cuenta a su mujer. Ella lo mira y en silencio le sirve la comida. El preso no eligió la comida de esa noche, el hombre tampoco. Así como la reja limita la libertad, el tiempo limita la realidad.
Una madre profundamente triste se acerca a la camilla de su hijo que agoniza feliz, luego de sufrir los avatares de una enfermedad terminal. Ella lo mira apenada por la inminente muerte de su hijo, él la mira apenado por la inminente vida de su madre. Abriendo su boca afiebrada, coagulada la risa de sangre, y riendo aún dice: “Madre me das pena, la existencia es una enfermedad terminal. El Hombre siempre estuvo enfermo pero igual se ríe, y yo lo odio por eso, odio mi maldita y pobrísima mente, un demonio de la burla nos anestesia día a día la capacidad de pensamiento y lenguaje. No soy sino una adolescente histérica que aprieta fuertemente sus piernas resistiéndose a perder la virginidad y se marcha a su casa y lastima su sexo masturbándose en las noches”.
Un hombre le dice a su mujer: “quiero un hijo nuestro, hermoso como un ángel, vestirlo y arroparlo en las noches durmiendo entre nosotros. Que crezca sano y fuerte como su padre, para que camine en las calles junto a ti. Nuestra felicidad estará en cambiarle sus pañales, y en esa caca sagrada estará la justificación de nuestra existencia. Pues, amor mío, en qué reside la felicidad del hombre sino en reproducir otros hombres, que fornicando a su vez harán más hombre en serie”. La mujer lo mira pisa su cigarrillo, y abre sus piernas murmurando: “Oh, Humanidad ven a mí”.
En el cuerpo y en su extensión cree el hombre asir la dicha y en ese individualismo, en ese narcisismo de vanagloria hallan los déspotas y los perversos el lecho tibio para violar la libertad de la psiquis, del espíritu y del cuerpo. Maldito lector de mi prosa, sabe que para la Historia tus sueños miserables son tan mínimos como un orgasmo en las noches infinitas, y al igual que toda la riqueza de un imperio. Más no por ello las murallas se desvirgan, más no por ello, cruel hermano mío, dejará tu alma de soñar. La humanidad avanza en un solo sentido, el sinsentido en el cual avanza la arroja a un abismo de desesperanza. Estas son meras palabras, la vida es mera en sí misma y se esmera por ello.¡Vanidad humana, cosmético infernal!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario