miércoles, junio 14, 2006

Sobre Hamlet por Matías Rafael Esteban


Si alguna nefasta y aburrida deidad suprimiera todos los libros en un santiamén, dejando sólo Hamlet, en primer lugar entenderíamos sus gustos literarios, en segundo lugar podríamos recriminar su obtuso poder que habría pecado de furioso desdeño al borrar al Quijote, a la Comedia, a Homero, a las Flores del Mal, o a la Biblia, y en tercer lugar podríamos clamar tranquilamente que el valor de aquél náufrago de esa intempestiva divinidad encierra la totalidad del alma humana. Por alma entenderemos ese mito que dice que el hombre porta una brillo (un desencanto por su existir), supurado desde la herida que es su vida. Desencanto que es desconfianza de los otros, y aburrimiento de experiencias en la modernidad. Dolores que son hijos de la imposibilidad de creer, o del dolor de la acción o de la inacción ante el mundo. En La Trágica Historia de Hamlet, Príncipe de Dinamarca, vemos la negra melancolía de un joven príncipe por la cercana pérdida de su amado padre, y por el apresurado casamiento de su amada madre con su propio cuñado. Es un bello joven que anda enturbiado en amores con una cortesana, que llora su pérdida y la falta de dolor, y que se encuentra con el espectro de su padre muerto que vaga en pena y que le ordena la venganza de su muerte. La raquítica sombra del padre le manda matar a su tío, el rey y asesino suyo. Hamlet es un ser hecho de miedos y de tristeza que porta la orden de la muerte, y que es vestido con los ropajes de la venganza. Debe limpiar el trono del asesino sin manchar a su madre. Pero sólo logra dudar entorpeciendo su existencia con insultos que lo flagelan, que parten de su misma boca. El príncipe Hamlet sólo puede dudar entre hacer o no hacer. Su duda es inacción. Él que era pensamiento melancólico, que recordaba a su padre, debe actuar y matar para que la piel de su padre quede limpia de los condenados líquidos infernales. Y sólo logra pensar, con dolor encerrado en piezas de confusa luz, o sólo puede matar por accidente a quien no debe. Hamlet es un hombre que duda de sus pensamientos y de sus acciones, y hasta del espectro, y que enturbia sus intenciones simulando intentar acciones, y simulando enloquecer. La duda turbulenta es locura en él, sus acciones se vuelven neblinosas, y sus razonamientos saturninos divagan hasta la truculencia sin arribar a sectores de luz. Hamlet es un hombre, y duda como cualquiera de nosotros que refrigeramos nuestros miembros a la sombra de nuestros pensamientos que giran y giran, sin asentarse ni en Dios, ni en la televisión. Es un ser que siente el dolor de las acciones. Su carne dolorida se vuelve madera podrida y se aplasta ante el contacto con la muerte, no la del padre perdido, sino la que le muestra el espectro que calla para no describirle el infierno de bestias que oscuramente mastican condenados, y la muerte del mismo Hamlet que va adherida a sus dedos frágiles. El príncipe Hamlet palpita por el dolor y el horror de ser humano, por el conocimiento de su propia muerte inminente y por la inutilidad de las acciones y los pensamientos del hombre. El pobre príncipe debe simular, teatralizar sus gestos para disimular su máscara horrorizada ante la muerte, esa máscara que es hija del espectro y de sus propias dudas. Es un hombre que actúa como en una pantomima, con movimientos sudorosos del propio dolor, nos remonta hacia Dante con los ojos salpicados del dolor respirado en los Infiernos. Hamlet nos da el peso del alma de los hombres, y sus monólogos hablan de la desesperación de los seres humanos al existir. Atormentado, sólo gime sin saber que lo oímos, pero somos inútiles oyentes pues el dolor, el amor, todo lo humano son gestos representados, movimientos sobre un escenario incomprensible y vacío.

No hay comentarios.: