
Un viejo solitario mira televisión, es Navidad; está bebiendo solo y amargado viendo cómo en otros lugares suceden las fiestas. Ve la felicidad que nunca tendrá, y que pudo haber tenido. Destapa la séptima botella de sidra recordando sus hijos lejanamente bastardos, recuerda las horribles mujeres de su vida. En su mente todas son figuras brumosas y quietas. Se sabe desdichado e inútil. En su habitación no cabe más oscuridad ni humo, ni tristeza. No suspira porque no es valiente, sólo arroja una de las botellas por la ventana con una bronca que grita en su cabeza. Permanece quieto y con la vista afiebrada del suave cansancio de su vida. La comprensión hastiada se le va como si no hubiera ni ayer ni mañana, porque el dolor de horquillas en su corazón es hoy. Se ve a sí mismo sólo, en una soledad como si él fuera el único, sin juventud ni muerte, en la nada aburrida.
Los P... vuelven de una fiesta familiar. El padre, casi entrando en el edificio, recuerda que le ha prometido a su hijito Emmanuel unos pequeños juegos de pirotecnia. “Estrellitas” le había pedido el nene. El padre los hace esperar en la puerta. La madre y el niño lo miran sorprendidos cuando corre al quiosco. Vuelve. El niño aumenta sus ojos y su alegría cuando se enciende la llama chisporroteante. Sonríe temeroso, toma la chispa por el palito. La luz danza en los ojos infantiles y salta en sus sonrisas. El niño corre y brilla en su rubia luz. Los padres se besan. Encienden otra estrellita en el tranquilo cielo de la felicidad. Los jóvenes padres ven al niño correr por la vereda, felices, hasta que la botella del viejo del séptimo le revienta la cabeza rubia en charco de sangre y vidrio.
Los P... vuelven de una fiesta familiar. El padre, casi entrando en el edificio, recuerda que le ha prometido a su hijito Emmanuel unos pequeños juegos de pirotecnia. “Estrellitas” le había pedido el nene. El padre los hace esperar en la puerta. La madre y el niño lo miran sorprendidos cuando corre al quiosco. Vuelve. El niño aumenta sus ojos y su alegría cuando se enciende la llama chisporroteante. Sonríe temeroso, toma la chispa por el palito. La luz danza en los ojos infantiles y salta en sus sonrisas. El niño corre y brilla en su rubia luz. Los padres se besan. Encienden otra estrellita en el tranquilo cielo de la felicidad. Los jóvenes padres ven al niño correr por la vereda, felices, hasta que la botella del viejo del séptimo le revienta la cabeza rubia en charco de sangre y vidrio.
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