Una tristeza le ganaba el pecho, lentamente primero, luego subía de manera brutal hasta que le ganó la garganta y la voz. Era una tristeza desconocida en parte, pues lo desconocido es precisamente lo que lo asustaba y lo perturbaba. No podía saber que era lo que lo entristecía. Podría ser alguna mujer que lo dejó con su indignación en la vista del universo todo, alguna que le había desnudado las lágrimas, o alguno de sus padres lo habían desilusionado abrumándolo con obligaciones y deberes que ellos mismos no cumplieron, o uno o dos amigos que habían perdido su propio camino. Es decir podía ser algo conocido pero olvidado, por lo que quizás no era una tristeza desconocida. Así con esa tristeza durmió largo rato mientras soñaba. Con gravedad caminó por el largo corredor de su casa, en la noche. Sentía que algo le faltaba, algo así como una desnudez, pero tenía un pantalón corto. No podía distinguir su malestar. Frunció el ceño mientras respiraba con dificultad, hacía calor. A lo lejos un pájaro cantaba con modestia o con temor. Estaba oscuro pero las formas se distinguían, mientras el campo respiraba la noche que se extendía sobre la llanura. En las cunetas las ranas enronquecían cantando contra los sapos. Los insectos volando o correteando permanecían en disturbios constantes, en el aire, aquí y allá. Todo parecía permanecer tranquilo salvo su alma, que se parecía esos bichos que giraban como locos o sin sentido ni orientación. Le pareció que algo había perdido. Con tristeza miró las estrellas. Recordó que ya no las miraba como cuando era niño y pensaba en mundos lejanos en luces envejecidas y retardadas, ni tampoco las miraba como cuando era casi hombre, y luego de los bailes agobiado por los rechazos femeninos pensaba en la posible cantidad de mujeres solas, anhelantes, frágiles y húmedas que en ese momento estarían solas mirando las estrellas y deseando el calor y las rigideces de un hombre, y luego pensaba en la injusticia del universo o de Dios que no posibilitaba ni los encuentros ni las satisfacciones. Era una verdadera crueldad darnos placeres para luego perderlos, o para sufrir luego un daño tal que nos hiciera olvidar de la dicha. Por qué el desamor o el dolor debían existir, si había quienes se empeñaban en la bondad. Por qué la vida era hermosa si existía la vejez o la muerte... En sueños lloró, con esa opresión de sentir la carne maldita alrededor de la garganta. Al despertar no recordaba, sólo sentía la angustia que lo ahogaba, que lo llenaba casi hasta paralizarle la lengua. Se incorporó. Fue al baño, se miró el rostro. Sentía un mareo leve. Acostado suspiró sin terminar para poder comenzar a inspirar, y comenzó una larga exhalación que parecía no acabar pero que terminó cuando su cuerpo se consumió totalmente, como si su carne se hubiese vuelto aire.
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